Roberto transitaba hacia la adolescencia, una de las etapas más lindas de la vida, los cambios , los conflictos , las dudas, se hacían cada vez mayor porque aún predominaban algunos rasgos de la niñez , combinados con una cercana juventud.
Sin pensar, quedó atrapado, comenzó como casi todo el mundo, a lo tonto, llego incluso a sentir náuseas por los primeros cigarrillos.
Le parecía que fumando era "más hombre" y que el cigarro le facilitaba la comunicación con los demás, invitándoles a compartir su tabaco o sintiéndose más cerca de ellos al verse envueltos en una misma nube de humo.
Al principio una cajetilla le duraba más de una semana.
No pasaba ni le apetecían más de tres cigarrillos al día.
Pasado un año, la caja sólo duraba de dos a tres días.
Pronto comenzó a consumir una por día y ya le resultaba difícil prescindir del tabaco.
Trascurren los días y ha convertido en humo un paquete y medio diario y, en ocasiones, hasta dos al día.
Nada le resulta tan difícil como renunciar al tabaco.
Es tal la dependencia que, como un autómata, introduce la mano en el bolsillo, saca el pitillo, le enciende, lo "consume" y lo tira sin darse cuenta.
Apenas ha pasado un tiempo y ya inicia de nuevo la misma secuencia: cuando esta nervioso, furioso o estresado, encuentra salida en él, porque le parece que lo relaja y tranquiliza.
Pero Roberto nunca imagino que aquella adicción que inicio sin pensar fuera la causa de una dolencia pulmonar que limita su frecuencia respiratoria.
La asistencia a un facultativo confirma su diagnostico
Cuando ya se hecho imposible para Roberto alejarse de la maldita adicción
Ahora cuando está convencido de los males que genera la dependencia que crea el tabaco tiene que separarse forzosamente del dañino cigarrillo.
Y entonces, porque no haber prevenido, arrepentido por haber encontrado en el tabaco su mejor aliciente.
Ahora Roberto reflexiona porque a lo tonto se inicio y las secuelas dejaron huellas para toda la vida.
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